¿Qué ha pasado con la salud mental de niños y jóvenes durante la pandemia?

2020 fue el año en el que todos (o casi todos) nuestros proyectos saltaron por los aires. Los nuestros, los de nuestros padres, hijos, hermanos, amigos… La COVID-19 irrumpió de manera inesperada en nuestras vidas y lo puso todo patas arriba. ¿Qué os podemos contar que no hayáis vivido en primera persona? Ahora, casi dos años después, esta pesadilla llamada pandemia parece no tener fin. Y es que, aunque las vacunas están llegando a la mayor parte de la población (los últimos datos nos dicen que más del 86 % de ciudadanos ya tienen la pauta completa), la llegada de una nueva variante llamada Ómicron ha disparado los contagios como nunca habíamos visto. Así no es extraño que muchas personas sientan cierta desesperanza y frustración. 

Pero seamos claros: la pandemia ha golpeado duramente a las personas más vulnerables. En primer lugar, a los ancianos e individuos con patologías previas. En segundo, a los niños y adolescentes, que a pesar de no acusar la enfermedad, han sufrido las consecuencias de una situación anómala, nunca antes experimentada por ninguno de nosotros. 

Los trastornos mentales en niños se han triplicado en España 

Los pediatras han dado la señal de alarma y algunos estudios ya lo confirman. Según un informe publicado recientemente por Save The Childrenlos trastornos mentales entre menores de 4 y 14 años se han triplicado desde 2017 en España. En el último año, este incremento se atribuye de manera directa a la crisis del coronavirus. 

Hay segmentos concretos de la población que han visto empeorar su salud mental estrepitosamente. En la franja de los niños y adolescentes, los que más están sufriendo son los que ya tenían trastornos mentales previos. Pero la salud mental de este colectivo también se ha visto sacudida por otros factores como la incertidumbre, el distanciamiento social, la falta de hábitos y rutinas, la mala alimentación o el uso descontrolado de pantallas

¿Qué dicen los expertos?

Petra Sánchez Mascaraque, doctora en Psquiatria en el Centro de Salud Mental Coslada, Hospital Universitario de Henares (Madrid), explica en una editorial dedicada a la salud de los niños en el contexto de la pandemia, que esta situación ha generado dos emociones claras: miedo e incertidumbreDe ahí que se hayan incrementado exponencialmente los trastornos de ansiedad, las depresiones y el estrés postraumático. 

Algunas familias han extraído aprendizajes muy positivos, como el hecho de haber podido pasar más tiempo juntos. Pero esto no ha sido así para todos los niños y adolescentes. De hecho, los niños con mayor riesgo de sufrir estos trastornos son aquellos que tienen padres y madres con algún tipo de patología mental, niños y adolescentes con problemas de aprendizaje, económicos o de abusos en la familia

En el caso de los adolescentes, esta dificultad se agrava por el hecho de que se encuentran en una etapa complicada por definición, en la que se han visto truncadas muchas experiencias: con los amigos, proyectos académicos, estancias en el extranjero, el inicio de estudios universitarios, los contactos sociales… El hecho de haber tenido que restringir todas estas vivencias, advierten los expertos, puede ser especialmente lesivo para su salud mental en esta etapa. No experimentar estas interacciones recíprocas, que son tan importantes para la maduración cerebral, pueden hacer debutar un trastorno psiquiátrico. Alerta. 

¿Y nosotros, qué podemos hacer? 

Es cierto que, de algún modo, todos hemos sufrido dificultades durante los meses más complicados de la pandemia. Sin embargo, hay que ser conscientes de que hay niños y adolescentes que no tienen un entorno propicio y, por tanto, pueden tener grandes dificultades para superar esta etapa tan complicada. 

¿Qué podemos hacer nosotros? Bien, desde el aula tenemos la oportunidad de observar y atender. Nuestra vocación docente ya nos predispone a hacerlo, pero debemos poner más cuidado y atención. Desde UNICEF proponen, por ejemplo, que los adolescentes con problemas de salud mental previos y cualquier niño con circunstancias familiares, educativas, económicas y sociales cuya salud mental pueda estar en riesgo, se pongan en observación periódica. 

Para que esto pase es importante que construyamos una red de apoyo alrededor de estas personas, porque la red asistencial pública no llega a todos. De hecho, no son pocos los individuos con patologías graves ya diagnosticadas que no disponen de atención en la medida que lo necesitan. 

Como docentes tenemos la oportunidad de observar, hablar, comprender y alertar, en el caso de que detectemos alguna circunstancia anómala.

Entrenar los buenos hábitos, las rutinas y facilitar, siempre que sea posible, el desarrollo de niños y adolescentes a través de las herramientas y recursos disponibles puede ayudarnos a construir la red que necesitamos para que los centros educativos sean, de verdad, espacios para la formación y el desarrollo de las personas en igualdad de oportunidades, especialmente de aquellos que, sin la escuela o el instituto, tienen más probabilidades de una caída en picado y sin colchón.