Siglo XXI, ¿qué te viene a la mente? Época de cambios a un ritmo vertiginoso, con nuevas perspectivas y exigencias, metodologías de aprendizaje innovadoras e inclusivas, perfil de alumnado diverso, nuevas tecnologías, transversalidad… y coeducación.
La escuela como institución para educar a la infancia y a la juventud ha sufrido diferentes transformaciones a lo largo de la historia, pasando por una escuela segregadora educando basándose en estereotipos y roles de género, a una escuela mixta con intención de promover una educación con igualdad de oportunidades y, actualmente, una escuela coeducativa. Sí, coeducación como herramienta de prevención de las desigualdades por razón de género y de violencia machista, promoviendo una perspectiva de igualdad.
Pero… ¿por dónde podemos empezar? Podríamos hablar de muchos aspectos a revisar y a tener en cuenta para coeducar, pero un aspecto clave es el lenguaje que utilizamos.
El uso de la lengua se encuentra en un cambio constante, ya que es un producto social y este se va adaptando a los nuevos usos de la sociedad. El lenguaje evoluciona y, por lo tanto, si tenemos en cuenta una educación en igualdad, es necesario cambiar algunos usos de la lengua con tal de que todas las personas se sientan incluidas y representadas de manera justa.
Según el Decreto 142/2007 y 143/2007 de 26 de junio, art. 4, el proyecto lingüístico debería incluir pautas para «implementar cambios para el uso de un lenguaje no sexista ni androcéntrico» que deben referirse al desarrollo de actitudes críticas en relación con el uso de estereotipos sexistas en el lenguaje a la vez que deben regular que el lenguaje utilizado en los diferentes ámbitos de la vida del centro, tanto para que el docente como el administrativo, el organizativo y el relacional, no favorezca la discriminación.
Debemos ser conscientes que el lenguaje está presente de forma constante en la educación, en los contenidos y en las interacciones sociales que realizamos en el día a día, por lo tanto, se convierte en un instrumento potencial de transmisión de conocimientos y valores que puede reforzar, limitar y condicionar la forma de expresión y pensamiento de las personas.
Es importante saber que a pesar de que el lenguaje no es sexista, sí que lo es su uso cuando se produce un abuso del masculino genérico, cuando usamos expresiones estereotipadas y homófobas como “lloras como una niña”, “esto es una mariconada”, o cuando atribuimos un distintivo como “señorita” o “acompañante de” poniendo a la mujer en segundo plano. El masculino genérico ha invisibilizado a lo largo de la historia la presencia de las mujeres, siempre ocultas detrás de un término masculino.
Un uso sexista del lenguaje contribuye a desvalorizar e invisibilizar a las mujeres, entre otros colectivos.
Es por este motivo que se hace necesario promover un uso del lenguaje inclusivo en todos los ámbitos posibles, principalmente en el ámbito familiar y educativo. Cada vez somos más conscientes de la necesidad de estos cambios, pero hemos nacido bajo una cultura heteropatriarcal y androcentrista que de forma inconsciente instaura unos estereotipos y roles diferenciados entre hombres y mujeres, y proyecta un papel de superioridad masculina que, desafortunadamente, se traslada en nuestro lenguaje.
Por ejemplo, cuando se utilizan expresiones como la «historia del hombre», «vamos todos», «¿estáis preparados?». Aunque es cierto que su uso facilita según qué comunicación, realmente contribuye a un trato desigual.
Si nos aferramos a la idea de “siempre se ha hecho así” o “el masculino genérico ya engloba ambos sexos”, no conseguiremos evolucionar hacia una educación realmente respetuosa e igualitaria. El sistema educativo tiene el objetivo de educar a personas libres, críticas y con valores democráticos, donde la representación equitativa sin discriminaciones por razón de género es primordial para promover cambios de igualdad reales.